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lunes, 9 de agosto de 2010

Líbano

Líbano (república) (nombre oficial, Al-Jumhūrīya al-Lubnānīya, República Libanesa), república de Oriente Próximo, que limita al norte y este con Siria, al sureste y al sur con Israel y al oeste con el mar Mediterráneo. Tiene una superficie de 10.452 km². Beirut es su capital y el principal puerto.

Líbano tiene unos 217 km de longitud y de 40 a 80 km de anchura. Una estrecha llanura se extiende a lo largo de la costa del mar Mediterráneo. El territorio del interior está dominado por dos grandes cadenas montañosas separadas por el fértil valle de la Bekaa. La cordillera del Líbano, cortada por una gran cantidad de profundas gargantas, se eleva abruptamente desde la llanura costera y al norte se encuentra la mayor altura del país, Qurnat as Sawdā' (3.088 m). La otra gran cadena montañosa, el Antilíbano, se encuentra al este, a lo largo de la frontera con Siria. Por el valle de la Bekaa fluye el mayor río de Líbano y el único navegable, el Litani. La mayoría de los ríos restantes sólo llevan aguas durante la estación lluviosa del invierno.

El clima varía desde uno de tipo mediterráneo subtropical a lo largo de la costa y en el valle de la Bekaa, hasta otro bastante frío en las montañas más altas. Los veranos son cálidos y secos; los inviernos templados y húmedos. Las heladas son raras en las menores altitudes. La temperatura media en las tierras bajas es de 26,7 °C en verano, y de 10 °C en invierno. La región montañosa es algo más fría. Las precipitaciones anuales tienen lugar sobre todo en el invierno; en la costa son de 889 mm, mientras en el valle de la Bekaa son de 635 mm, y en las montañas de más de 1.270 mm.

La mayor parte del Líbano ha sido deforestada. En las áreas montañosas todavía quedan bosques de robles, pinos, cipreses y los famosos cedros del Líbano. En la mayor parte de las diferentes zonas hay una vegetación mediterránea de monte bajo con algunos árboles. Todavía sobreviven algunas especies de animales salvajes como chacales, lobos, asnos salvajes y gacelas.

Los libaneses descienden de una gran variedad de linajes étnicos, sobre todo semíticos, y se puede encontrar su ascendencia en los antiguos fenicios, hebreos, filisteos, asirios y árabes. Entre el último grupo de población llegado al Líbano, se encuentra una minoría armenia que supone alrededor del 6%, y una gran cantidad de palestinos, muchos de los cuales están confinados en campos de refugiados.

Numéricamente, la religión principal es el islam, alrededor del 35% son chiitas y el 23% suníes. Los cristianos forman el 27% de la población, englobando grupos de maronitas, protestantes, miembros de la Iglesia ortodoxa griega y de la Iglesia armenia. Los drusos alcanzan alrededor del 7%.

La lengua árabe es el idioma oficial del Líbano. Para usos oficiales y comerciales están muy extendidos tanto el inglés como el francés; la minoría étnica armenia habla el idioma armenio.

La economía del Líbano está dominada por la banca y otros servicios comerciales. Antes de la guerra civil de la década de 1970, Beirut era la principal capital financiera de Oriente Próximo. Desde ese momento, la combinación de la guerra, la invasión israelí de 1982 y las luchas entre las diferentes facciones han dado lugar al aumento del desempleo, a una inflación creciente y al colapso de todas las inversiones extranjeras y turísticas, así como a la destrucción de numerosas fábricas y compañías. El producto interior bruto (PIB) en 2006 era de 22.722 millones de dólares (según datos del Banco Mundial), que suponen 5.603,10 dólares per cápita.

La unidad monetaria del Líbano es la libra libanesa compuesta por 100 piastras (1.507,50 libras equivalían a 1 dólar estadounidense en 2006). El Banco del Líbano (1964) es el banco central y el único que puede emitir moneda. Líbano fue durante mucho tiempo el centro bancario y financiero de Oriente Próximo pero la guerra civil acabó con este papel.

Las montañas que han dado nombre al Líbano —a las que a veces se denomina simplemente la Montaña— también han modulado su historia. La inaccesibilidad de las tierras altas no sólo ha proporcionado refugio a los grupos religiosos disidentes a lo largo de los siglos, sino también ha impedido la unidad entre los diferentes pueblos de la región.
Los restos arqueológicos indican una ocupación a lo largo de la costa libanesa del mar Mediterráneo en el periodo paleolítico, y hacia el 4000 a.C. la región había desarrollado tanto la metalurgia como la cerámica. Hacía el 2500 a.C., la costa fue colonizada por los fenicios, un pueblo marinero relacionado con los cananeos. Sus ciudades-estado —que controlaban la mayor parte del territorio de lo que hoy es Líbano— comerciaban con el antiguo Egipto y se convirtieron en florecientes centros culturales bajo la influencia de Babilonia, adorando al dios Baal. Alrededor del 2000 a.C. Fenicia fue invadida por los amorreos, luego en el 1800 a.C. por los egipcios y poco después por los hicsos, quienes lo unieron a sus dominios egipcios. Reconquistada por los egipcios, permaneció como provincia dependiente hasta el 1400 a.C. aproximadamente, cuando las incursiones hititas debilitaron la autoridad egipcia, y hacia el 1100 a.C. era de nuevo un territorio independiente.
Tiro se convirtió en el principal estado de la Fenicia independiente y fue pionera en el comercio marítimo de larga distancia. El matrimonio de Acab, rey de Israel y Jezabel, una princesa de Tiro, muestra la fuerza de los lazos políticos entre Fenicia y el antiguo Israel. La exploración fenicia permitió el establecimiento de colonias a lo largo de todo el Mediterráneo, desde Útica y Cartago en el norte de África, hasta Córcega y el sur de la península Ibérica (como Gades, la actual Cádiz), diseminando el alfabeto semítico, que fue posteriormente adoptado por los griegos; los fenicios circunnavegaron África e incluso comerciantes de Cartago llegaron a las islas británicas. A pesar de todo, en el 867 a.C. Assurnasirpal II, rey de Asiria, forzó a las ciudades-estado a pagar tributo y fueron dominadas por tropas asirias. Se rebelaron varias veces y tras el fin del poder asirio en el 612 a.C., consiguieron salir airosos de los intentos egipcios por reconquistar el área. Nabucodonosor II de Babilonia había subyugado toda Fenicia excepto Tiro, lo que dio como resultado la bienvenida a Persia cuando conquistó Babilonia en el 539 a.C. Fenicia pasó a ser una de las provincias más importantes y ricas del Imperio persa.
Alejandro Magno conquistó Fenicia junto con el resto de Asia Menor; Tiro finalmente cayó tras un largo asedio en el 332 a.C. El auge marítimo de la recién fundada Alejandría obstaculizó el comercio fenicio y tras la muerte de Alejandro la dinastía Tolemaica de Egipto conquistó las ciudades fenicias, que en el siglo II a.C. pasaron a manos de los Seléucidas. La identidad fenicia fue arrollada por influencias helenísticas. Mientras el Imperio Seléucida se desintegraba, el poder creciente de Roma pasó a ser el más importante en la región.
En el 64 a.C., Pompeyo el Grande conquistó Fenicia, la anexionó a Roma y la administró como parte de la provincia romana de Siria. Beirut se convirtió en un importante centro durante el gobierno provincial de Herodes el Grande, mientras que Baalbek pasó a ser un espléndido centro religioso; ambas ciudades fueron proclamadas oficialmente colonias por Cayo Julio César Octavio Augusto. La lengua aramea —dominante en el Oriente Próximo— comenzó a reemplazar al fenicio, marcando la integración del territorio con sus vecinos. Desde el siglo IV d.C., con la cristianización del Imperio romano y la posterior aparición de una estricta ortodoxia cristiana en el Imperio bizantino, se produjeron tensiones religiosas en el conjunto de Siria. Hacia el siglo VII, los maronitas, una secta adherida a la herejía monotelista, en la que se afirmaba que Cristo había tenido a la vez las naturalezas humana y divina pero sólo única voluntad divina, habían buscado refugio en los distritos montañosos del norte de Líbano. En el 608, el rey Persa Cosroes II invadió Líbano y Siria. El emperador bizantino Heraclio I, también monotelista, liberó Líbano en la segunda década del siglo VII, pero éste fue un triunfo efímero.
Hacia el 630, los árabes incorporados a la nueva religión del islam, habían conquistado la mayor parte de Siria y la habían incorporado al califato; las montañas de Líbano se integraron en el distrito militar árabe de Damasco. Los conquistadores permitieron a las poblaciones nativas, cristianas y judías mantener sus creencias, a condición de pagar impuestos y regulaciones discriminatorias. En el 759 y 760 los campesinos cristianos se levantaron, pero la rebelión fracasó y esto sirvió de argumento para numerosas leyendas locales. Durante todo el periodo islámico se mantuvieron las rivalidades entre los diferentes grupos tribales árabes, los qaysíes (del norte) y los miembros de la tribu kalb o yemen (del sur), quienes se habían asentado en el área después de la conquista.
La caída de los califatos Omeyas y Abasíes y el auge de las dinastías locales dio lugar al nacimiento de un nuevo episodio en la historia de la región, caracterizado por el caos. A comienzos del siglo XI, se estableció en la zona meridional da la Montaña una secta chiita, los drusos, convirtiéndose a veces en aliados y a veces en rivales de los hasta ese momento dominantes maronitas. En el año 1099, las cruzadas trajeron mandatarios cristianos al país, quienes permanecieron hasta el siglo XIII; Líbano se repartió entre los reinos cruzados de Trípoli y el reino latino de Jerusalén. Hasta entonces los maronitas habían estado llevando a cabo una solitaria resistencia a los procesos de islamización y arabización. Los cruzados ayudaron a asegurar su supervivencia religiosa y cultural al ponerlos en contacto con los maronistas de Bizancio. Egipto encabezó la reconquista musulmana del Líbano que comenzó con la toma de Beirut en 1187. Una vez expulsados los últimos cruzados, Líbano fue gobernado por los mamelucos desde 1280.
En 1516 los turcos otomanos arrebataron a los mamelucos toda la costa oriental mediterránea. Dos dinastías locales sucesivas dominaron la Montaña bajo el mandato otomano: los maans (1516-1697) y los shihabs (1697-1842). El más ambicioso de estos mandatarios fue Fajr ad-Din II. Aunque era miembro de la familia drusa de los Ma'an, gobernó de una manera tolerante atrayendo de esta forma a los campesinos maronitas de los distritos meridionales. Con el fin de los Ma'an, los notables locales eligieron a los miembros de la familia Chihab para ser emires (príncipes). Posteriormente, miembros de la familia Chihab se convirtieron al cristianismo. En 1770 un chihab maronita se convirtió en emir. Su sucesor, Bechir Chihab II (quién reinó desde 1788 hasta 1840) sojuzgó a los drusos y se consolidó como dueño del Líbano con poder en el Levante. Los drusos terminaron con el mandato chihab en 1842 gracias al apoyo de los otomanos, los poderes europeos y el descontento de los campesinos maronitas. En 1843 se instauró el régimen de los caimacamatos, territorios autónomos dirigidos por cristianos maronitas en el norte y drusos en el sur.
La violencia de estos años terminó con la cooperación druso-maronita sobre la que reposaba la autonomía del Líbano. Los otomanos tenían ahora un papel más directo, pero sus reformas administrativas fueron impracticables. En 1858 las tensiones políticas, religiosas, sociales y económicas entre drusos y maronitas, musulmanes y cristianos, señores y campesinos llevaron a una guerra civil que finalizó en 1860 después de un gran baño de sangre y un aparente triunfo druso. Los poderes otomano y europeo, sin embargo, mandaron a sus fuerzas para restaurar el orden y castigar a los musulmanes a quienes consideraban culpables de la guerra. En 1861 establecieron una nueva administración para el Líbano que pervivió hasta la I Guerra Mundial. Las nuevas regulaciones estipularon que el país fuera gobernado por un cristiano otomano no libanés, aconsejado por notables locales, pero directamente responsable ante Estambul. Los años de la I Guerra Mundial llevaron hambre y devastación, de ahí que creciera el flujo de inmigrantes cristianos hacia América.
La historia del Líbano con sus fronteras actuales y su mezcla de población cristiana y musulmana sólo comenzó en 1920, cuando los franceses (quienes habían obtenido el control del territorio gracias al acuerdo secreto Sykes-Picot, firmado entre los franceses y británicos durante la guerra) unieron bajo su administración la costa y la planicie poblada por musulmanes, y la Montaña, habitada por cristianos, para crear el Gran Líbano, bajo su mandato. Durante prácticamente los dos milenios anteriores, este territorio había sido siempre parte de imperios continentales en expansión. Aunque Líbano muy raras veces ha formado una entidad política independiente, los maronitas habían desarrollado la opinión de que la Montaña era un país con una historia y carácter propios. Los franceses habían apoyado esta creencia, por lo que los maronitas recibieron muy bien su mandato, con el que además obtenían beneficios económicos y políticos. Sin embargo, la población árabe defendía la creación de un Gran Reino Árabe con su sede en Damasco, que recogía sus aspiraciones nacionalistas. Su corta duración (1918-1920) provocó que no recibieran con agrado la creación del Gran Líbano, con lo que llegaron a la revuelta armada. Los franceses favorecieron la redacción de la Constitución de 1926, que serviría de base para un futuro Estado independiente. Sin embargo, la independencia total no se obtuvo hasta el año 1946, cuando las últimas tropas francesas fueron evacuadas.

La administración francesa estableció un Estado económicamente viable, pero con conflictos religiosos políticamente amenazadores además de haber establecido unas fronteras poco claras, en especial con Siria, al norte. En 1943 los representantes maronitas llegaron a un acuerdo para compartir el poder (el Pacto Nacional) con los musulmanes suníes y otros grupos menores. Sin embargo, el poder real no lo tenían los dirigentes elegidos, sino una elite comercial cada vez más próspera y una clase casi de señores feudales, defendidos por sus propios ejércitos. Muy a menudo los presidentes han estado a merced de fuerzas y grupos más allá de su control, aunque tanto Camille Chamoun (1952-1958) como Fuad Chihab (1958-1964), de la década de 1950, desde ópticas políticas opuestas, establecieron un rígido control del país, lo que permitió —bajo el control cristiano de los puestos clave del estado— el florecimiento económico a partir de especulaciones financieras, que animaron los negocios y las inversiones extranjeras, al tiempo que se producía un destacado desarrollo turístico. Sin embargo, muy poco de esta prosperidad llegó a la población, en la que cada vez el número de chiitas era mayor, y su descontento explotó en manifestaciones y tumultos, y, después de 1975, en una guerra civil.
Líbano ha seguido una política muy delicada y equilibrada con sus vecinos y las grandes potencias. Los maronitas optaron por unas relaciones más cercanas con Occidente y distanciarse del mundo árabe; por el contrario, muchos musulmanes defendían la unidad árabe y una política neutral respecto a las dos superpotencias. Líbano se mantuvo prácticamente al margen de las Guerras Árabe-israelíes, pero la llegada de refugiados palestinos procedentes de los territorios ocupados por Israel, involucraron poco a poco al Líbano en el conflicto árabe-israelí, a partir de la década de 1970. En noviembre de 1969, el general libanés Emile Bustami y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), acordaron en el Cairo permitir la libertad de acción de los palestinos en el territorio del Líbano, pudiendo hacer incursiones contra Israel desde bases libanesas. Hacia 1973 alrededor del 10% de la población estaba formada por palestinos. Este acuerdo —que se mantuvo en secreto hasta 1976 para no levantar la protesta de sectores cristianos— seguía la política favorable a la unidad con Siria lo que provocó varios disturbios en el país. En 1949 y 1961 se emprendieron varios golpes para promover la unión con Siria. En 1958, árabes pro Nasser dirigieron una insurrección que culminó con la intervención estadounidense y la retirada del presidente Chamoun. Los siguientes gobiernos trataron de conseguir la unidad árabe. Esta actitud generó recelo en Israel, que además de actuar contra las bases palestinas del sur del Líbano, buscó otros apoyos políticos.

En 1975 estalló la lucha entre los musulmanes libaneses y la facción dominada por los maronitas, conocida como Falange Libanesa. El gobierno central dejó de funcionar mientras unas facciones de milicias fuertemente armadas redujeron Líbano a la anarquía. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se unió a la parte musulmana a comienzos de 1976 y Siria (preocupada por la reacción israelí) intervino apoyando a los cristianos y en contra de la OLP que contaba con el apoyo de los grupos más progresistas. Beirut se dividió con una 'Línea Verde' de este a oeste, que separaba el norte cristiano del sur musulmán. En junio la Liga Árabe impuso una tregua, confiando a los sirios el mantenimiento de la paz. A pesar de todo continuó la violencia y en 1978 Israel invadió el sur del Líbano en un intento de eliminar las bases palestinas. Una fuerza de la ONU reemplazó a las tropas israelíes, pero continuó prestando ayuda a los maronitas y atacando las bases de la OLP. En junio de 1982, Israel, temeroso del auge sirio y de la actividad palestina, invadió Líbano. Hacia mediados de agosto, tras la mediación estadounidense, los combatientes de la OLP accedieron a abandonar Beirut y muchos fueron evacuados a otros países. Más tarde ese mismo mes, con las tropas israelíes rodeando Beirut, el Parlamento libanés eligió como presidente al líder de la milicia cristiana Bechir Gemayel; tras su asesinato en septiembre, se eligió a su hermano Amin Gemayel para reemplazarle. Como venganza, fuerzas falangistas asesinaron a unos 1.000 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, en la parte ocupada por Israel en Beirut Occidental. Por esta causa los israelíes se retiraron al sur del Líbano, y en Beirut se estableció una fuerza de paz internacional. Los musulmanes tenían sospechas respecto a las unidades occidentales que apoyaban a un gobierno liderado por cristianos; después de que más de 300 soldados estadounidenses y franceses murieran en un atentado terrorista el 23 de octubre de 1983, las tropas occidentales se retiraron en febrero de 1984. En el vacío de poder resultante, continuaron las luchas entre facciones hasta que en 1985 los israelíes se retiraron dejando una “zona de seguridad” en el sur controlada por sus aliados cristianos, el Ejército del Sur del Líbano (ESL). El partido chiita Hezbolá (Partido de Dios) respaldado por los iraníes luchó por esta zona con el ESL, habiendo rechazado un acuerdo de paz, auspiciado por Siria, en diciembre de 1985. El principal objetivo de los chiitas era Beirut Occidental. Los israelíes siguieron haciendo incursiones contra las instalaciones de la OLP en el sur, y un deterioro de las condiciones en Beirut llevó a las tropas sirias a ocupar el sector musulmán en 1987 para terminar con la enemistad entre los libaneses y musulmanes pro palestinos.
Cuando el mandato presidencial de Gemayel expiró en septiembre de 1988, nombró al general cristiano Michel Aoun para encabezar el gobierno. Como los dirigentes libaneses eran incapaces de encontrar un nuevo presidente, las facciones enfrentadas establecieron sus propias administraciones. En octubre de 1989, los negociadores libaneses, reunidos en Arabia Saudí, aceptaron reformar la Constitución de 1926 que daba el poder a los musulmanes; Aoun rechazó el proyecto, amenazando con la partición permanente del Líbano. El 5 de noviembre, el Parlamento, mayoritariamente musulmán, ratificó esta reforma y eligió presidente a René Moawad. Fue asesinado 17 días después, y el Parlamento eligió en su lugar a otro maronita, Elias Haraui. En octubre de 1990, las tropas sirias asentadas en Beirut Oriental, derrotaron a las fuerzas leales a Aoun. Posteriormente el ejército libanés, respaldado por Siria, recuperó el control sobre una gran parte del país, desarmó las milicias y expulsó a la OLP de sus plazas fuertes al sur del Líbano. La guerra se había cobrado la vida de más de 150.000 libaneses desde 1975.
Los comicios celebrados en 1992 para la conformación de una nueva Asamblea supusieron las primeras elecciones legislativas del país en veinte años. En marzo de 1993, el gobierno estableció un presupuesto de 13.000 millones de dólares para intentar afrontar la recuperación económica, aunque parte de esta cantidad debía ser aportada por la comunidad internacional. En julio de 1993, los ataques aéreos israelíes contra las bases de Hezbolá (como represalia por los misiles lanzados por Hezbolá contra territorio israelí) provocaron que más de 200.000 personas tuvieran que abandonar el sur del país, trasladándose al norte en busca de seguridad. El Ejército libanés se unió, en agosto, a las fuerzas de paz que la ONU mantenía en la región, pero no fue posible conseguir el desarme de las milicias de Hezbolá. En enero de 1994, el gobierno emitió acciones de la compañía que se iba a dedicar a la reconstrucción de los distritos comerciales de Beirut. Las escaramuzas entre Hezbolá y las fuerzas israelíes en la “zona de seguridad” de Israel continuaron, multiplicándose los atentados de la organización terrorista y las ofensivas israelíes sobre sus bases, hecho que dificultó la aplicación de los acuerdos de paz sellados, en septiembre de 1993, entre Israel y la OLP.
En octubre de 1995, la Asamblea aprobó una reforma constitucional para permitir al presidente, Elias Haraui, prolongar durante tres años su mandato. En febrero de 1996, la Confederación General del Trabajo libanesa convocó una huelga general, reivindicando la duplicación del salario mínimo y un notable incremento de los sueldos de los trabajadores públicos; el gobierno respondió al paro militarizando determinados servicios.
En abril de 1996, tras una serie de incidentes, incluido el lanzamiento de misiles por parte de Hezbolá sobre el norte de Israel, fuerzas israelíes efectuaron una ofensiva por tierra, mar y aire en territorio libanés; sus objetivos eran las bases de Hezbolá, al mismo tiempo que intentar presionar al gobierno de Líbano para que intensificara sus esfuerzos contra el grupo terrorista. La ofensiva tuvo como consecuencias el éxodo masivo de población de las áreas afectadas, considerables daños materiales, y la muerte de numerosos civiles; por su parte, Hezbolá continuó sus ataques durante la operación israelí. La presión internacional para que la ofensiva de Israel finalizara se incrementó después de que un bombardeo israelí sobre un campo de refugiados que la ONU mantenía en Qānā se saldara con la muerte de más de cien civiles libaneses; así, a finales de ese trágico mes de abril de 1996, Israel, Siria y Líbano acordaron un alto el fuego que restableció la situación en el sur libanés. Sin embargo, dos meses después, las unidades de Hezbolá reanudarían sus ataques en la que Israel declaraba su “zona de seguridad”.
Las elecciones generales celebradas durante cinco domingos consecutivos de agosto y septiembre de 1996, supusieron la reelección como primer ministro de Rafic Hariri, quien ya ejercía el cargo desde 1992. Los enfrentamientos armados entre las guerrillas de Hezbolá y las fuerzas israelíes continuaron durante los meses de enero y febrero de 1997 en el sur del país.
En noviembre de 1998, el ex general Émile Lahoud fue elegido presidente de la República por el Parlamento, después de contar con el respaldo del presidente sirio, Hafiz al-Assad. A continuación, Hariri renunció a la jefatura del gobierno, por rechazar los poderes otorgados al nuevo presidente. En diciembre, Lahoud nombró primer ministro a Selim al-Hoss. Las hostilidades en el sur proseguían, y alcanzaron un nuevo punto de máxima tensión en febrero de 1999, cuando, en un ataque de Hezbolá, murió el general israelí Erez Gerstein. La situación cambió a partir de julio de 1999, cuando Ehud Barak se convirtió en primer ministro de Israel. Barak declaró que las tropas de su país deberían abandonar el territorio libanés en julio de 2000. Las fuerzas israelíes comenzaron los preparativos para su retirada de la denominada “zona de seguridad”, que, finalmente, se completó el 24 de mayo de 2000. Por ello, el gobierno libanés declaró la fecha del 25 de mayo como “Día de la Liberación Nacional”. Ello no significó el fin de las hostilidades entre Hezbolá e Israel, que se trasladaron al área de Shebaa, ocupada por Israel y adyacente a los Altos del Golán. A finales de julio de 2000, las fuerzas de paz de la ONU se desplazaron hacia la frontera meridional libanesa para ocupar el vacío dejado por las tropas de Israel.
El 23 de octubre de 2000, tras los resultados de las elecciones legislativas celebradas los días 27 de agosto y 3 de septiembre anteriores, Rafic Hariri sustituyó a Selim al-Hoss como primer ministro. La coalición liderada por Hariri consiguió un extraordinario respaldo popular en las urnas frente a las candidaturas pro sirias y obtuvo la mayoría absoluta en la Asamblea.
Las tensiones entre Líbano e Israel reaparecieron brevemente en marzo de 2001, cuando Líbano desvió el curso del río Hasbani, afluente del Jordán, para abastecer de agua a una población fronteriza del sur. En junio, Siria inició la retirada de sus tropas de Beirut, allí presentes desde el inicio de la guerra civil.
El 15 de abril de 2003, el primer ministro, Hariri, dimitió para permitir la formación de un nuevo gabinete. Al día siguiente, sin embargo, fue confirmado para continuar al frente del gobierno. Finalmente, renunció en octubre de 2004, después de una larga crisis motivada por la prórroga concedida a Lahoud para permanecer en la presidencia, presuntamente por las presiones ejercidas para ello desde Siria, país al que el Consejo de Seguridad de la ONU conminaba en esos momentos para que procediera al definitivo repliegue y retirada de los efectivos militares que aún tenía estacionados en territorio libanés. Para sustituir a Hariri en el cargo de primer ministro, Lahoud designó a Omar Karami.
El 14 de febrero de 2005, un atentado terrorista perpetrado en Beirut por un grupo fundamentalista islámico segó la vida del ya ex primer ministro Hariri. La oposición redobló sus ataques contra Siria, a la que consideraba responsable del magnicidio, reclamando con firmeza la definitiva retirada de los aproximadamente 14.000 soldados que continuaban desplegados en territorio libanés, así como que dicho Estado dejara de inmiscuirse en la política interna de Líbano. Damasco negó todas las acusaciones pero, ante la presión internacional, el régimen de Bachar al-Assad anunció que procedería, en dos etapas, a la completa evacuación de sus tropas, proceso que se inició al mes siguiente. En Líbano, se multiplicaron las manifestaciones pidiendo la dimisión del gobierno pro sirio y la consecución de una auténtica independencia. Como consecuencia de las protestas populares, Karami y su gabinete presentaron la dimisión el 28 de febrero. Sin embargo, las fuerzas políticas oficialistas y, en general, todos los sectores partidarios del mantenimiento de la presencia militar siria en el país, con Hezbolá al frente, también se movilizaron. De hecho, en los primeros días de marzo, el Parlamento logró que Karami fuera nuevamente designado primer ministro; sin embargo, al no poder este formar gabinete, tuvo que dimitir en abril. Para dar una salida a la crisis, las fuerzas oficialistas y las de la oposición alcanzaron un acuerdo gracias al cual, el 15 de abril, se convirtió en primer ministro un representante del ala pro siria moderada, Naguib Mikati, quien sí pudo constituir el ejecutivo de transición que debería preparar el proceso para celebrar elecciones. El día 26 de ese mismo mes de abril, los últimos soldados sirios que aún permanecían en territorio libanés abandonaron el mismo, cumpliendo así la resolución 1.559 que el Consejo de Seguridad de la ONU había emitido a finales de 2004. El 30 de junio de ese histórico año 2005, tras celebrarse en cuatro jornadas los citados comicios legislativos, el presidente Lahoud encargó formar gobierno a Fuad Siniora, miembro de la triunfante coalición antisiria formada por Saad Hariri (hijo de Rafik Hariri).
El 12 de julio de 2006, miembros de Hezbolá atacaron la base fronteriza israelí de Zarit, mataron a ocho militares y secuestraron a otros dos. El primer ministro de Israel, Ehud Olmert, calificó este hecho de “acto de guerra” y consideró responsable del mismo al gobierno de Líbano por su laxitud en el desarme de Hezbolá (como exigía la antedicha resolución 1.559 de la ONU), a la que la diplomacia israelí vinculaba directamente con Hamas, Siria e Irán. Israel emprendió una contundente ofensiva bélica cuyo primer objetivo era destruir las instalaciones de Hezbolá en el sur libanés. El aeropuerto de Beirut y los principales nudos de comunicación fueron reiteradamente atacados, mientras que un bloqueo naval impidió que los barcos zarparan desde su puerto o arribaran a él. Muchas personas perdieron la vida en la capital libanesa, que igualmente sufrió la destrucción de edificios e infraestructuras. Las acciones israelíes no tardaron en extenderse a Trípoli, Baalbek, Tiro y Sidón. De forma simultánea, Hezbolá respondía con el lanzamiento de cohetes contra localidades del norte de Israel, como Haifa. En las dos primeras semanas de bombardeos, murieron más de 400 libaneses, contándose por millares los heridos y siendo más de medio millón los desplazados. El gobierno de Siniora requirió en reiteradas ocasiones la imposición de un alto el fuego, exigido igualmente por diversos medios de la comunidad internacional. Desde múltiples instancias de esta última se condenó el desproporcionado uso de la fuerza empleado por el Ejército de Israel y la naturaleza indiscriminada de sus operaciones (que se prolongaron hasta finales de agosto), causantes de la muerte de numerosos civiles y generadoras de una auténtica crisis humanitaria.
En noviembre de 2007, expiraba el mandato de Lahoud; la oposición parlamentaria pro siria provocó la falta del quórum necesario para la elección de un nuevo presidente. A comienzos de diciembre, el presidente del Parlamento, Nabih Berri, anunció el acuerdo alcanzado para promover a la jefatura del Estado al general Michel Suleiman, lo que requeriría una enmienda constitucional. Suleiman, quien parecía mantener buenas relaciones con Hezbolá, recibió el respaldo de la oposición pro siria. La mayoría parlamentaria gubernamental, antisiria, carecía de las dos terceras partes necesarias para elegir al presidente. La crisis política abierta en torno a esta elección presidencial desencadenó la peor crisis interna desde la finalización de la guerra civil.