Francia (nombre oficial, République Française, República Francesa), país de Europa occidental que limita al norte con el canal de la Mancha y el estrecho de Dover o paso de Calais; al noreste con Bélgica, Luxemburgo y Alemania; al este con Alemania, Suiza e Italia; al sureste con el mar Mediterráneo; al sur con España; al suroeste con el golfo de Vizcaya; y al oeste con el océano Atlántico. Francia presenta una forma aproximadamente hexagonal, con una longitud máxima (norte-sur) de unos 965 km y una anchura que alcanza los 935 kilómetros. París es la capital y la ciudad más grande del país. La República comprende diez posesiones de ultramar, entre las que se encuentran los departamentos de Guayana Francesa, en Sudamérica, Martinica y Guadalupe en las Indias Occidentales, y la isla Reunión en el océano Índico.
Además, cabe mencionar las dependencias territoriales de Saint Pierre y Miquelon, Mayotte, Nueva Caledonia, Polinesia Francesa, las Tierras Australes y Antárticas Francesas, y las islas Wallis y Futuna. La superficie total de la Francia metropolitana es de 543.965 km², incluida la isla de Córcega, en el mar Mediterráneo.
Los principales rasgos fisiográficos de Francia los constituyen sus fronteras naturales orientales y meridionales, una meseta central meridional, y, contigua a ésta, una vasta región de llanuras onduladas. Una serie de cadenas montañosas, que engloban parte de las cordilleras de los Alpes y del Jura, forman los límites naturales con Italia y Suiza. Las laderas y las estribaciones de estas cordilleras dominan el área oriental de la meseta central meridional. La mayoría de las montañas alpinas que se extienden a lo largo de la frontera francesa superan los 3.900 m de altitud; el Mont Blanc (4.810 m) es el segundo pico más alto del continente. El Jura, que alcanza una altitud máxima de 1.718 m, dibuja la frontera oriental de Francia desde el valle del Ródano hasta la depresión de Belfort, donde confluyen las cuencas de los ríos Rin y Saona; desde el borde de esta depresión, en la esquina noreste de Francia, el Rin define la frontera con Alemania. Las montañas de los Vosgos, que se extienden al norte desde la depresión de Belfort, dominan la región comprendida entre los ríos Mosela y Rin, con picos que alcanzan los 1.424 m de altitud. Los Pirineos, que se sitúan a lo largo de la frontera franco-española desde el mar Mediterráneo hasta el golfo de Vizcaya, forman el otro límite natural de Francia. El Vignemale (3.298 m) constituye la mayor elevación de los Pirineos franceses. Existen pocos pasos que atraviesen esta alineación montañosa; circunstancia que tradicionalmente impidió el comercio activo entre Francia y España. Sin embargo, los Alpes y otras cordilleras orientales poseen varias depresiones y puertos de montaña, entre los que cabe destacar el del Gran San Bernardo.
La meseta central meridional, denominada macizo Central, está separada de la región oriental de tierras altas por el valle del río Ródano y muestra un relieve y una estructura irregulares. La meseta, que se levanta gradualmente hacia el norte y el oeste, se caracteriza por afloramientos volcánicos, páramos calizos y, más hacia el sur, por las Cevenas, una cordillera que se eleva a partir de las depresiones costeras mediterráneas y constituye el límite suroriental del macizo Central francés.
La región de las llanuras, el sector más extenso del territorio francés, es una proyección de la gran llanura europea. Excepto por la presencia de unas cuantas colinas, principalmente en la parte centro-occidental, las llanuras francesas consisten en tierras bajas muy poco onduladas, situadas a unos 200 m de altitud. La fértil región de las llanuras la componen los valles de los ríos Sena, Loira y Garona. Éstos y sus numerosos afluentes drenan la vertiente atlántica de Francia. El río Ródano, el mayor y más caudaloso del país, y sus afluentes, particularmente el Saona, el Isère y el Durance, recorren la región de los Alpes franceses. Los principales afluentes del río Sena (principal arteria fluvial) son: el Aube, el Marne, el Oise y el Yonne. Francia tiene pocos lagos; el más destacado, el lago Léman, se encuentra en la frontera franco-suiza y pertenece en su mayor parte a Suiza.
La línea costera francesa tiene una longitud aproximada de 3.140 km y relativamente pocos puertos naturales. El litoral septentrional, a lo largo del canal de la Mancha, presenta una longitud de 1.130 km y está interrumpido por numerosos promontorios, estuarios y accidentes menores, algunos de los cuales constituyen fondeaderos seguros. En esta parte, destaca la ciudad portuaria de El Havre. La construcción de espigones ha dado lugar a la formación de numerosos puertos, como el de Cherburgo. La costa occidental de Francia, bañada por el océano Atlántico, tiene una longitud de 1.390 km (incluido el golfo de Vizcaya); desde la península de Bretaña hasta la Gironda, pone de manifiesto un perfil irregular y, excepto en Bretaña, es arenosa y de poca altitud. Los puertos principales en esta área son los de Brest, Lorient y Saint-Nazaire. Burdeos se encuentra en el interior del estuario de Gironda, a partir del cual la costa está constituida por dunas y pequeños lagos rodeados por terrenos áridos. Los mejores puertos naturales de Francia, como Marsella, Tolón y Niza, se encuentran en el Mediterráneo, aunque la mayor parte del litoral mediterráneo francés, de unos 620 km de longitud, es rocoso y de aguas poco profundas.
El clima de Francia es templado en términos generales, pero existen considerables contrastes regionales; por ejemplo, el área costera del sureste, goza de un clima mediterráneo con veranos secos y cálidos e inviernos suaves, mientras en la meseta del interior, las montañas y las regiones de las tierras altas orientales el clima se vuelve continental. El clima oceánico es característico de las regiones de Bretaña y Normandía y se extiende a toda la zona occidental de Francia. Las temperaturas en el litoral atlántico están suavizadas por las corrientes oceánicas y los vientos dominantes del suroeste. La temperatura media de París en el mes de enero es de 3,2 ºC y de 19,5 ºC en julio; en Estrasburgo, la temperatura media del mes de enero es de 0,8 ºC y en julio de 19,1 ºC; en Niza, de 8,3 ºC en enero y de 22,4 ºC en julio; y en Lyon, es de 2 ºC en enero y de 21 ºC en julio. Las precipitaciones son abundantes durante todo el año en el oeste, y en el este aumentan con la altitud y durante los meses de primavera y otoño. La precipitación media es de 585 mm anuales en París y de 813 mm en Lyon. Las variaciones de precipitación oscilan entre los 1.397 mm anuales en las áreas montañosas y los 254 mm en ciertas áreas de las tierras bajas septentrionales. Una de las peculiaridades meteorológicas del sur de Francia es el mistral, un viento muy fuerte procedente de la meseta central que sopla hacia la región mediterránea.
La flora autóctona de Francia alberga toda la variedad característica de Europa continental, desde los líquenes y musgos árticos alpinos hasta las especies típicas mediterráneas, como el olivo y el naranjo. En los bosques, que cubren 16 millones de ha (el 28% de la superficie del país), se encuentran varias especies tanto de coníferas como de caducifolias. Los principales árboles forestales son el castaño, el haya, el roble, el alcornoque, el nogal, el abeto y el pino.
Como en el resto de Europa occidental, la fauna de Francia cuenta con pocas especies representativas de los grandes mamíferos; los más comunes son los ciervos y los zorros. La gamuza se encuentra en las altas regiones de los Alpes, y el lobo y el jabalí sobreviven en las remotas áreas boscosas. Entre los pequeños animales destacan el puercoespín y varios carnívoros de la familia de las comadrejas. Francia posee una abundante variedad de aves, tanto especies autóctonas como migratorias. Los reptiles son escasos y el único ejemplar venenoso es la víbora. La carpa es el pez más característico de agua dulce, mientras que el bacalao, el arenque, la pescadilla, la caballa, la platija, la sardina y el atún, entre otros, pueblan las aguas marinas.
Más del 90% de la población ha nacido en Francia y es en su mayoría blanca. Entre los extranjeros, predominan los italianos, los españoles, los portugueses, los polacos y los africanos occidentales y del norte.
El catolicismo es la religión que profesan aproximadamente el 75% de los franceses. Le siguen en importancia el islam, el protestantismo y el judaísmo. Durante el siglo XIX, el Estado subvencionó a las religiones cristiana y judía. En 1905, debido a la oposición popular a la influencia política de la Iglesia católica y a su control sobre la educación pública, la legislación prohibió la financiación del clero católico, protestante y judío con fondos públicos. Por las disposiciones de esta legislación y de otras posteriores, el gobierno francés retiró el reconocimiento oficial a las citadas religiones.
El idioma oficial es el francés, pero además perduran lenguas regionales en varias áreas. Así, por ejemplo, en Bretaña, algunas personas hablan el bretón; en las regiones montañosas de los Pirineos occidentales se habla la lengua vasca; el catalán y el provenzal en algunas zonas de Provenza; en Flandes se mantiene el flamenco; y en Alsacia y Lorena también se habla el alemán. El dialecto alemán que se utiliza en Alsacia se denomina alsaciano.
Francia, cuya economía tradicional se basaba en la agricultura, experimentó un fuerte desarrollo industrial a partir de la II Guerra Mundial. Durante el periodo de posguerra, el gobierno llevó a cabo una serie de planes de gran alcance con el fin de promover la recuperación y de incrementar la dirección gubernamental de la economía. En los denominados planes Monnet se establecía el principio de nacionalización de ciertas industrias, y, en especial, los sistemas de transporte ferroviario y aéreo, los más importantes bancos y las minas de carbón. El Estado, además, se convirtió en el principal accionista de las industrias automovilísticas, electrónicas y aeronáuticas, así como en el promotor de la explotación de las reservas de crudo y gas natural. En parte como resultado de esos planes y programas, el producto nacional francés aumentó casi el 50% entre los años 1949 y 1954, el 46% entre 1956 y 1964, y durante la década de 1970 en un porcentaje anual del 3,8%. En 1981, el nuevo gobierno socialista comenzó un programa de nacionalización de industrias; sin embargo, la elección de un gobierno conservador, en 1986, condujo a la reducción del papel estatal en la economía. En 2006 el producto interior bruto francés fue de 2,25 billones de dólares, lo que equivalía a 36.699,60 dólares per cápita. El presupuesto nacional para 2006 establecía 967.221 millones de dólares de ingresos y 1.026.155 millones de dólares de gastos.
La unidad monetaria es el euro (el 2 de enero de 2002, un euro se cambió a 0.9038 dólares estadounidenses). Desde el 1 de enero de 1999, el euro se vinculó al valor del franco, con un cambio fijo de 6,55957 francos por euro. El 1 de enero de 2002, el franco, dejó de circular como única moneda de curso legal. Retirada definitiva del franco: el 28 de febrero de 2002.
El Banque de France, fundado en 1800 y nacionalizado en 1946, es el banco emisor. Entre los principales bancos destacan tres nacionalizados en 1945: Banque Nationale de Paris, Crédit Lyonnais y Société Générale. Otros importantes se nacionalizaron en 1981 y en 1982. Alrededor del 10% de los franceses trabaja en el sector financiero.
Las culturas reconocidas más antiguas son las del paleolítico (50000-8000 a.C.), que dejaron una rica herencia artística de pinturas rupestres, las más famosas de las cuales se encuentran en Lascaux, en el actual departamento de Dordoña, en el suroeste francés.
Los pueblos del mesolítico (8000-4000 a.C.) fueron recolectores de alimentos al igual que sus antecesores, pero dejaron relativamente pocos restos. Los agricultores del neolítico (4000-2000 a.C.), por su parte, levantaron miles de monumentos de piedra en Francia, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días, como los menhires de Bretaña, los menhires-estatua del sur de Francia y los dólmenes, o tumbas de cámara, del valle del Loira, París y la Champaña, todo ello ligado al fenómeno megalítico.
Durante la edad del bronce (2000-700 a.C.) y la edad del hierro (entre los siglos VIII y II a.C.) emergieron culturas más complejas. Hacia el 800 a.C. la cultura de Hallstatt —guerreros y pastores que se desplazaron desde su región natal alpina hacia el interior de Francia— introdujo las técnicas de la metalurgia del hierro. En el periodo siguiente, los celtas (o galos) pasaron a ser el pueblo dominante.
El contacto con la cultura mediterránea comenzó cuando los griegos exploraron el Mediterráneo occidental en el siglo VII a.C., establecieron una colonia en Massalia (Marseille o Marsella) y comerciaron con el interior a través del valle del Ródano. En el siglo V a.C., la cultura de La Tène —caracterizada por una fina artesanía de joyería, armas y cerámica— se extendió desde el este de la Galia a todo el resto del mundo celta.
En el 121 a.C. los romanos ocuparon la antigua colonia griega de Massalia, a la que llamaron Massilia, y fundaron en torno a ese año otros asentamientos en el interior, en Narbona, que constituyeron la base territorial de la floreciente provincia romana de la Galia Narbonense.
Julio César conquistó el resto de la Galia entre el 58 y el 51 a.C. Las tierras entonces conquistadas se denominaron Galia Bélgica, Galia Lugdunense y Aquitania. El centro administrativo principal estaba en Lugdunum (actual Lyon).
Una vez que los romanos consolidaran su poder sobre la Galia, el problema principal fue defender la extensa frontera nororiental expuesta a los pueblos germanos. Roma intentó conquistar las tierras germánicas más allá del Rin y creó la colonia Agrippinensis (la actual Colonia alemana, una base equivalente a Lugdunum). Sin embargo, después de ser derrotados por los germanos en el año 9 a.C., los romanos se limitaron a defender la frontera del Rin. Muchos galos sirvieron en las legiones romanas fronterizas y los dos primeros siglos de dominación romana fueron relativamente pacíficos.
En el siglo III d.C., cuando el Imperio romano comenzó a declinar, la Galia romana se vio afectada por una serie de problemas: inestabilidad política, disminución del abastecimiento de esclavos, plagas, aumento de la inflación con la consiguiente inseguridad económica, presión de las tribus germánicas a lo largo de la frontera y ruptura general de la ley y el orden. El emperador Diocleciano, desde su residencia imperial en Tréveris (actualmente en Alemania), impuso reformas militares y fiscales que posibilitaron un periodo de relativa estabilidad.
El cristianismo, que se había introducido en el siglo II a pesar de sufrir persecuciones, floreció bajo la protección imperial durante el siglo IV, un periodo de desorden político. En el siglo V, se convirtió a su fe incluso la aristocracia galorromana, con lo que miembros de las antiguas familias senatoriales pasaron a ocupar posiciones episcopales.
A lo largo de todo el siglo IV, pequeños grupos de germanos se habían asentado en la Galia por medio de foedus (pactos) con las autoridades romanas. En el 406 este movimiento se convirtió en una invasión cuando los vándalos, suevos y alanos atravesaron la frontera, se desplazaron rápidamente a través de la Galia y entraron en Hispania (España). En el 412 los visigodos se asentaron en el sur de la Galia, concretamente en Aquitania, procedentes de Italia, y, en el 440, los burgundios lo hicieron a su vez en la Galia oriental. En el noroeste, los bretones, celtas procedentes de Britania, que había sido invadida por las tribus sajonas, solicitaron y consiguieron refugio en el continente y dieron su nombre a la región de Bretaña. En el 451, germanos, romanos y galos se unieron para derrotar a una nueva oleada de invasores, los hunos, bajo la jefatura de Atila.
En el último cuarto del siglo V, cuando la autoridad imperial romana decayó en la parte occidental del Imperio, otra tribu germánica, formada por los francos salios, conquistó la Galia. Su rey, Clodoveo I, fue un valiente guerrero que contrajo matrimonio con una princesa cristiana burgundia. Clodoveo se convirtió al cristianismo en el 496. Al adoptar la forma católica del cristianismo favorecida por los galorromanos en lugar del cristianismo herético arriano profesado por los visigodos, pudo consolidar su dominio sobre el país.
A la muerte de Luis V, los principales señores se volvieron hacia Hugo I Capeto, duque de Francia y descendiente de Roberto el Calvo y de Eudes. Hugo fue elegido rey, no porque fuera poderoso, sino precisamente porque no era suficientemente fuerte como para someter a los otros príncipes territoriales; de hecho, se aseguró la elección sólo por ceder la mayoría de sus tierras a sus electores.
Los nobles franceses no tenían la intención de instaurar la dinastía de los Capetos, pero Hugo actuó rápidamente para que su hijo Roberto fuera coronado. Cuando Roberto accedió al trono con el nombre de Roberto II, en el 996, nombró a su hijo Hugo como sucesor, pero Hugo murió y, otro de sus hijos, Enrique, fue coronado en el 1031. Desde el año 987 hasta el 1328, durante más de tres siglos, los Capetos transmitieron la corona por línea masculina directa.
Los primeros Capetos estuvieron subordinados a los príncipes feudales, pero la reconstrucción de la administración real, marcada por el reciente auge de los funcionarios reales, ya era evidente a mediados del siglo XI. No obstante, a finales de esa centuria, Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, y Hugo el Grande, abad del monasterio de Cluny, aunque nominalmente vasallos del rey, fueron más poderosos que el propio rey Felipe I (de Francia).
El sucesor de Felipe I, Luis VI el Gordo consolidó el poder real definitivamente en la Île-de-France, una región con centro en París que se extendía unos 160 km de norte a sur y unos 80 km de este a oeste. En esta zona, el monarca suprimió sistemáticamente toda la oposición feudal a su gobierno. El rey educó a su hijo, el futuro Luis VII el Joven, en la abadía de Saint Denis, en el norte de París, de donde salió en el 1137 para casarse con Leonor, heredera del ducado de Aquitania.
Gracias a este matrimonio, Luis VII consiguió incorporar a sus dominios los extensos territorios comprendidos entre el río Loira y los Pirineos, que eran propiedad de Leonor. En el 1147, Luis participó en una cruzada a Tierra Santa, llevándose consigo a su esposa. Mientras estaban en Oriente se rumoreó que ella había cometido adulterio. Como a Leonor no le había agradado la boda y no había tenido un heredero varón, ambos cónyuges pidieron la anulación papal del matrimonio, que consiguieron en 1152. Dos meses después, Leonor contrajo matrimonio con Enrique, conde de Anjou y duque de Normandía, que en 1154 se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Enrique II. Así, Aquitania pasó de la corona francesa a la inglesa, y los territorios controlados por Enrique en Francia (el Imperio angevino) excedían en extensión a los de su nominal señor feudal, Luis VII.
La situación de la dinastía de los Capetos mejoró bajo el sucesor de Luis VII, Felipe II Augusto.
A la muerte de Carlos IV, la corona pasó al sobrino de Felipe IV, Felipe de Valois, que reinó como Felipe VI desde 1328 hasta 1350. El rey inglés Eduardo II se casó con la hija de Felipe IV; aunque en un primer momento este matrimonio no parecía plantear ningún problema para la sucesión francesa, más adelante Eduardo III se convirtió en rival de Felipe VI por el control de Flandes y Felipe apoyó a los escoceses en contra de Eduardo. En 1337 el monarca inglés presentó su solicitud como heredero al trono francés por ser nieto de Felipe el Hermoso. Felipe VI contestó declarando ilegal la ocupación inglesa de Gascuña y ambos reinos entraron en conflicto, iniciándose la guerra de los Cien Años.
A finales del siglo XV, Francia había superado las divisiones territoriales de su pasado feudal y se convirtió en una monarquía nacional que incorporaba la mayoría de los territorios comprendidos entre los Pirineos y el canal de la Mancha. La estructura social estaba todavía dominada por la nobleza terrateniente y la tierra seguía siendo la fuente de riqueza principal. Sin embargo, en la mitad del siglo siguiente, la paz interna, el aumento de la población, la afluencia a Europa de oro y plata traídos de América por los españoles y los trabajos públicos del gobierno estimularon el crecimiento de la economía, que elevó la posición social de los grandes comerciantes, los banqueros y los cobradores de impuestos. Por otra parte, la nobleza, dependiente de las rentas monetarias fijas y de las deudas, vio cómo la inflación amenazaba su poder económico y su posición social.
Los tres primeros monarcas del periodo —Carlos VIII, Luis XII y Francisco I— aprovecharon el fuerte crecimiento de la nación y la estabilidad interna para reclamar por las armas el reino de Nápoles y el Milanesado. En la década de 1520, las guerras italianas se convirtieron en una larga disputa entre Francia y la dinastía de los Habsburgo reinantes en España y Austria, un enfrentamiento que continuó de forma intermitente durante un siglo y medio. Las guerras italianas terminaron finalmente con la Paz de Cateau-Cambrésis (1559), negociada por el hijo de Francisco I, Enrique II, que reinó desde 1547 hasta 1559. Francia renunció a todas sus pretensiones en Italia, pero consiguió tres territorios estratégicamente localizados en su frontera oriental: los obispados de Metz, Toul y Verdún.
En 1598, con la expulsión de las últimas tropas españolas del territorio francés, finalizó el largo periodo de guerra. En el mismo año, Enrique IV intentó asegurar la paz interna en sus dominios, para lo que promulgó el Edicto de Nantes, que garantizaba la libertad de conciencia a todos sus súbditos, salvaguardaba la libertad de culto público para los hugonotes en fortalezas y poblados específicos, y les aseguraba la igualdad en el acceso a los cargos oficiales.
El reinado de Enrique IV, a partir de 1598, supuso para Francia un periodo de recuperación tras las guerras de Religión y el comienzo de un crecimiento económico renovado. La mayor parte de este periodo transcurrió en paz y las finanzas reales se restablecieron. En beneficio del campesinado, que suponía más del 90% de la población y que había sufrido los saqueos y la devastación de la guerra, Enrique anuló los atrasos debidos por arriendos y los impuestos sobre la tierra, prohibió que los acreedores embargaran el ganado o las herramientas, puso en venta las tierras públicas por debajo del precio de mercado y restringió los derechos de caza de los nobles sobre los campos cultivados. Para promover el comercio, construyó canales, dragó ríos y restauró y construyó puentes y carreteras. Atrajo a Francia a artesanos extranjeros para desarrollar nuevas industrias e introdujo el cultivo de las moreras, de las que se alimentan los gusanos de seda, para asegurar el abastecimiento de seda en bruto para la industria de este sector.
A finales de la primera década del siglo XVII, la economía era floreciente y la autoridad real estaba de nuevo firmemente establecida. Sin embargo, el clero católico se opuso a la tolerancia oficial hacia los hugonotes. En 1610 un religioso fanático (o un agente de los Habsburgo, el dato no es claro) asesinó al rey. Enrique, rechazado por su pueblo como herético en 1589, fue llorado por casi todos los franceses tras su muerte.
El 5 de mayo de 1789, 1.200 diputados formaron los Estados Generales en Versalles. El gobierno no tenía un plan de acción que respondiera a las expectativas de los diputados y de la nación, y al defender el voto por estamentos en la Asamblea los miembros del tercer estado, tomando la iniciativa, abandonaron el 17 de junio los Estados Generales y proclamaron la Asamblea Nacional de Francia. Invitaron a los otros estados a unirse a ellos y juraron solemnemente no disolverse hasta que hubieran dado a Francia una constitución.
Después de la supresión del Directorio, Napoleón se nombró rápidamente jefe de Estado. La nueva Constitución, que él mismo promulgó, establecía los poderes esenciales del cargo que él asumía, el de primer cónsul. Se presentó ante los franceses como un hombre pacífico que pondría fin a los largos años de guerra, pero una vez en el poder insistió en que la única forma de conseguir la paz era a través de la victoria sobre los enemigos de Francia, todavía aliados en la Segunda Coalición. Se puso al frente de un ejército que penetró en Italia y envió otro al sur de Alemania, y sus victorias obligaron a Austria a firmar la paz en 1801. La coalición se deshizo, y Gran Bretaña, sin aliados y con la pérdida del comercio con una Europa cada vez más dominada por Francia, acordó firmar la Paz de Amiens (1802), que acabó con las hostilidades entre ambos países.
Luis XVIII comprendió que Francia no podía volver al régimen prerrevolucionario. Garantizó el cumplimiento de una constitución, la Carta de 1814, que establecía una monarquía parlamentaria y reformas sociales expresadas en los códigos de leyes napoleónicos. El régimen era representativo pero no democrático, ya que el derecho de voto estaba limitado a menos de 100.000 propietarios importantes.
En los difíciles primeros meses, la incompetencia del gobierno lo enfrentó a la mayor parte de la población y, cuando Napoleón volvió a Francia en marzo de 1815, Luis se dio cuenta de que tenía poco apoyo en su propio reino. Pero después de la derrota de Waterloo no hubo impedimentos a la restauración de Luis. Los dirigentes aliados, menos dispuestos a olvidar el apoyo del país a Napoleón, impusieron a Francia la ocupación militar de dos tercios de su territorio durante cinco años y el pago de una fuerte indemnización.
La segunda Restauración de 1815 hizo estallar una ola de venganza, denominada “terror blanco”, contra los bonapartistas y los republicanos. El resultado fueron varios muertos, cientos de heridos y diversas represalias legales contra quienes habían propiciado el regreso de Napoleón durante los Cien Días. Las primeras elecciones parlamentarias, celebradas en 1815, dieron el poder a una cámara ultrarrealista partidaria de una política reaccionaria. En 1816, Luis XVIII disolvió esta cámara bajo la presión de las potencias europeas, que temían que pudiera estallar una nueva revuelta. En las siguientes elecciones obtuvieron la mayoría los monárquicos moderados. La productividad económica se reactivó y expandió. Tras el Congreso de Aquisgrán (1818) finalizó la ocupación extranjera y Francia fue aceptada de nuevo en los foros internacionales europeos, ingresando en la Santa Alianza. Sin embargo, los años de gobierno de los moderados dieron paso en 1820, tras el asesinato del duque de Berry, heredero del trono, al gobierno de los ultrarrealistas y a la coronación de su máximo exponente, el conde de Artois, como rey de Francia en 1824, con el nombre de Carlos X.
Los liberales protestaron al considerar que las libertades francesas peligraban, pero los Borbones proporcionaron a Francia un gobierno estable, honesto, eficiente y sin presiones. Propiciaron un ambiente en el que prosperaron la industria y el comercio y en el que Francia recuperó la primacía intelectual y artística vivida en el siglo anterior.
Durante los cuatro primeros meses de vida de la II República, desde febrero a junio de 1848, los republicanos moderados, que sólo pretendían un cambio político, y los republicanos radicales, que propugnaban además una profunda reforma social, lucharon por conseguir el control del gobierno. Las elecciones de abril devolvieron la mayoría a los moderados y conservadores en la Asamblea Constituyente y las medidas que tomaron contra los radicales llevaron a una nueva insurrección, provocando tres días de sangrientos enfrentamientos callejeros en París. El fin de la insurrección aseguró la naturaleza conservadora de la II República y suscitó entre la burguesía el temor de que el radicalismo de la clase obrera influyera en la política francesa durante el siguiente cuarto de siglo.
La Constitución de la II República, promulgada en noviembre de 1848, establecía un régimen presidencialista y unicameral, en la que tanto el presidente de la República como la Asamblea se elegían por sufragio universal masculino. Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I Bonaparte, fue elegido presidente por mayoría, mientras que las elecciones parlamentarias dieron la victoria a los monárquicos, contrarios a la República y temerosos de Luis Napoleón, una combinación que dificultaba la estabilidad del gobierno. Los republicanos radicales, que consiguieron un tercio de los escaños, alarmaron a los grandes y pequeños propietarios cuando hablaron de conseguir el control del gobierno en 1852, año en que se celebrarían las siguientes elecciones presidenciales y parlamentarias. Luis Napoleón, presentándose como el salvador de la sociedad frente a una revolución radical, tomó el poder en un golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851 y otorgó a Francia una nueva Constitución. Un año después, restauró el Imperio y asumió el título de Napoleón III (el hijo de Napoleón I, Napoleón II, nunca reinó), emperador de los franceses.
Hasta 1860, Napoleón III gobernó Francia como dirigente autoritario, pero en 1860 comenzó a delegar su autoridad, de forma voluntaria, en las cámaras legislativas.
La Asamblea Nacional, tan pronto como finalizó la guerra con Alemania, tuvo que hacer frente a un grave conflicto interno. A mediados de marzo, los republicanos radicales de París se rebelaron e instauraron un gobierno municipal independiente, la Comuna de París, en 1871. Mantuvieron el control de la capital hasta que, dos meses después, las tropas gubernamentales retomaron la ciudad tras la Semana Sangrienta (21-28 de mayo), que supuso una represión no sólo del movimiento comunal, sino también de las fuerzas progresistas francesas en general.
La mayoría monárquica de la Asamblea Nacional intentó restaurar la monarquía, pero no pudo resolver las diferencias entre los pretendientes borbónicos y orleanistas al trono, por lo que en 1875 los republicanos reunieron suficientes votos para conseguir la aprobación de una Constitución republicana. Los monárquicos esperaban que finalmente se sustituyera al presidente de la república por un rey, pero en 1877 se malogró este intento de nueva restauración monárquica.
Durante las tres décadas siguientes, Francia se tuvo que ocupar de las amenazas recurrentes que recibía la República. En la década de 1880, el ministerio de Jules Ferry se comprometió a acabar con la influencia de la Iglesia católica sobre la educación. Las leyes de Ferry establecieron que la educación primaria fuera gratuita y obligatoria y prohibió la educación religiosa en las escuelas estatales. A mediados de dicha década, los republicanos hicieron frente a la oposición de monárquicos, bonapartistas y ultranacionalistas, aglutinados en torno al popular general Georges Boulanger.
El 10 de mayo de 1940, los ejércitos alemanes invadieron los Países Bajos, Bélgica y Francia. El núcleo principal de sus fuerzas acorazadas se lanzó contra una posición débilmente defendida en la línea francesa y, el 15 de mayo, rompieron el frente y llegaron rápidamente a la costa del canal de la Mancha. Las divisiones francesas y británicas quedaron aisladas en el norte; aunque la mayoría de las tropas fueron evacuadas a Gran Bretaña, dejaron todo su equipo pesado en las playas de Dunkerque (véase Evacuación de Dunkerque).
El 9 de junio, los alemanes atacaron a través del río Somme y avanzaron hacia el sur. Mientras sus columnas de acorazados ocupaban la mitad norte y oeste del país, las carreteras se congestionaron con refugiados que huían y el Ejército francés se desintegró. El 17 de junio un gobierno recientemente formado por el anciano mariscal Pétain pidió el armisticio; éste se firmó el 22 de junio y, según sus términos, las tropas alemanas ocuparon dos tercios del territorio francés. A Francia se le permitió establecer un gobierno en la zona no ocupada.
El 10 de julio de 1940, el Senado y la Cámara de Diputados se reunieron en Vichy y dieron plenos poderes a Pétain para gobernar el país y redactar una nueva constitución. Durante los siguientes cuatro años, Pétain fue el dirigente más bien simbólico del gobierno de Vichy, un régimen que representó a las fuerzas que se habían opuesto a la República en las décadas precedentes y que colaboró con las tropas de ocupación alemanas.
En septiembre de 1958, De Gaulle sometió la recién redactada Constitución de la V República a referéndum popular. El 85% de los electores ejercieron su derecho al voto y el 79% mostraron su aprobación, lo que supuso una masiva muestra de confianza para De Gaulle. La Constitución otorgaba el poder ejecutivo a un presidente elegido indirectamente, que nombraba a los ministros del Consejo y tenía facultad para disolver el Parlamento y gobernar por decreto en caso de emergencia. El poder de la Asamblea Nacional para destituir al jefe del ejecutivo fue restringido. En 1962, una enmienda propuesta por De Gaulle instituía la elección directa popular del presidente de la República, acrecentando posteriormente el poder ejecutivo del mismo.
El problema más acuciante que tuvo que afrontar De Gaulle en el otoño de 1958 fue Argelia. En los primeros meses, mientras restablecía la obediencia dentro del Ejército, no se opuso a las pretensiones de los oficiales cuyas protestas le habían llevado a la presidencia, pero pronto percibió que una solución militar era imposible. En 1960, inició negociaciones de paz con los nacionalistas argelinos —sin dejarse intimidar por las nuevas revueltas militares, por los intentos de asesinato contra él promovidos por la Organización Ejército Secreto, OAS, y por la violencia terrorista— que culminaron con la independencia de la República de Argelia. En un referéndum celebrado en abril de 1962, el 90% de los votantes aprobaron dicho acuerdo.
Bajo la nueva Constitución francesa, las colonias obtuvieron el autogobierno dentro de la Comunidad Francesa bajo la jefatura nominal del presidente de Francia, pero los nacionalistas de cada enclave colonial ansiaban conseguir la independencia y, en 1960, se revisó la Constitución para permitir la separación amistosa de Francia de las antiguas colonias, en especial las del África subsahariana. En ese año y en el siguiente, el Imperio francés quedó reducido a unas pocas islas y franjas costeras.
De Gaulle se propuso recuperar el prestigio internacional de Francia y restablecer su independencia en los asuntos exteriores. En 1959, ordenó el cierre de las bases de bombarderos estadounidenses existentes en el país y retiró la flota mediterránea de la dirección de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Posteriormente, en 1966, sacó todas las fuerzas francesas de la OTAN y, para reducir la dependencia del armamento nuclear estadounidense, desarrolló una fuerza nuclear propia. Por otra parte, De Gaulle trabajó para conseguir una Europa fuerte, apoyando la creación de la Comunidad Económica Europea y, en cooperación con el canciller de Alemania Occidental, puso fin a la secular enemistad entre Francia y Alemania.
En el ámbito económico, los once años de la presidencia de De Gaulle constituyeron una época dorada para Francia. Después de 1961, el país se encontraba en paz, el alto coste en recursos económicos y humanos de las guerras coloniales se estaba superando y el gobierno central era estable. Entre 1959 y 1970, el índice de producción industrial casi se duplicó y la producción de las cosechas de cereales aumentó en un 50%. El producto interior bruto experimentó un crecimiento medio anual del 5,8% entre 1960 y 1975, cifra sólo superada por Japón. El poder adquisitivo continuó aumentando y los franceses alcanzaron una riqueza nunca imaginada.
No obstante, a mediados de la década de 1960 aparecieron signos de malestar. La inflación monetaria aumentó, así como el desempleo. Un excesivo número de graduados universitarios, producto de la democratización de la educación superior en la década de 1950, manifestaron su oposición a una sociedad que no les ofrecía trabajos apropiados.
En mayo de 1968, todas las fuerzas opuestas al régimen expresaron públicamente su malestar. Los estudiantes de la Universidad de París, protestando por la represión policial, se declararon en huelga y ocuparon los edificios universitarios. Su ejemplo motivó las huelgas de estudiantes y trabajadores de todo el país y, en la tercera semana de mayo, Francia quedó prácticamente paralizada por la huelga general. Los intentos del gobierno para acabar con este movimiento mediante la persuasión y la concesión fracasaron y la caída del gobierno de De Gaulle parecía inminente. En este punto, De Gaulle, tras asegurarse el apoyo de las divisiones del Ejército estacionadas en Alemania, disolvió la Asamblea Nacional y convocó nuevas elecciones. El electorado, temeroso de que pudiera aumentar el desorden, le reeligió nuevamente y dio la mayoría absoluta a su partido, Unión para la Defensa de la República, en la nueva Asamblea. Sin embargo, De Gaulle sentía la necesidad de una ratificación adicional a su presidencia. En la primavera de 1969, propuso un referéndum sobre dos reformas constitucionales y anunció que dimitiría si los votantes rechazaban sus proposiciones. En las votaciones del 27 de abril de 1969, el 53% de los votantes respondieron de forma negativa y De Gaulle dimitió y abandonó la política. Falleció al año siguiente.
En las elecciones celebradas tras la dimisión de De Gaulle, Georges Pompidou, primer ministro desde 1962 hasta 1968, fue elegido para sucederle como presidente de la República. En política exterior, continuó trabajando por la independencia de Francia de las dos superpotencias. Mantuvo la estrecha cooperación con Alemania Occidental, intentó sostener relaciones amistosas con las antiguas colonias y apoyó el Mercado Común europeo. Sin embargo, su política fue menos agresiva y más conciliadora. Pompidou abandonó la oposición de su predecesor al ingreso de Gran Bretaña en la Comunidad Europea (actual Unión Europea) e hizo que la Asamblea Nacional se comprometiera más en su formulación política.
En 1973, la economía francesa sufrió un duro golpe por el embargo árabe de las exportaciones de petróleo y por la conmoción que esto supuso para la economía mundial. Francia no tenía importantes depósitos de petróleo en su territorio y las reservas de carbón francés estaban a punto de agotarse. El rápido crecimiento industrial de los años de posguerra se frenó repentinamente, aumentó el desempleo y el porcentaje de inflación se disparó. Antes de que el gobierno pudiera gestionar la nueva situación, Pompidou murió en abril de 1974.
El fallecimiento de Pompidou sobrevino repentinamente y los partidos políticos no tenían sucesores ni programas de gobierno preparados. Se presentaron una docena de candidatos. En la primera vuelta de las votaciones, el candidato socialista de la Unión de la Izquierda, François Mitterrand, al que apoyaba el Partido Comunista Francés, consiguió el mayor porcentaje de votos, pero no los suficientes para alcanzar la mayoría requerida. Los centristas y derechistas se unieron en torno al segundo más votado, el candidato de los republicanos independientes, Valéry Giscard d’Estaing, y en la segunda vuelta éste consiguió la presidencia por un estrecho margen de votos.
Giscard planeó integrar a todos los partidos de centro en el gobierno, para acabar así con los conflictos ideológicos y con las antiguas barreras que impedían el desarrollo político y económico. Sin embargo, los partidos rechazaron sus proyectos y la recesión impidió la adopción de nuevos programas sociales. En 1975, el índice de producción industrial descendió por primera vez desde el fin de la II Guerra Mundial en 1945, y el desempleo alcanzó a 900.000 franceses, lo que suponía un incremento del 45% respecto a 1974.
Tras la dimisión como presidente del Consejo de Jacques Chirac en agosto de 1976, Giscard nombró para sustituirle en el cargo a Raymond Barre, un economista sin afiliación política, con la intención de poner fin al estancamiento industrial, al déficit del comercio exterior y a la inflación. Barre intentó incorporar a Francia a la economía de libre mercado, poniendo fin a tres siglos de dirección gubernamental. Se suprimieron gradualmente todos los controles sobre los precios. Las compañías deficitarias podían recibir asistencia financiera del Estado sólo si demostraban la posibilidad de modernizarse y reconvertirse a las condiciones de un mercado en proceso de cambio. Las empresas sin competitividad en los mercados europeos o mundiales fueron obligadas a disolverse, estimulando por el contrario a las industrias competitivas basadas en la alta tecnología. Para combatir los problemas energéticos ocasionados por la subida de los precios del petróleo, se inició la construcción de centrales nucleares. El Ministerio de Asuntos Exteriores adoptó una política proárabe, para salvaguardar las importaciones de petróleo vitales para Francia. Sin embargo, el continuo incremento de los precios del crudo hizo fracasar la mayoría de los cálculos de Barre. La inversión privada no aumentó como se esperaba, el comercio exterior mantuvo su déficit y la inflación y el desempleo continuaron en aumento.
En 1981, después de la victoria socialista en las urnas, François Mitterrand sustituyó como presidente de la República a Giscard d’Estaing, y Pierre Mauroy se convirtió en primer ministro. Rechazando muchas de las tácticas políticas de su predecesor, el gobierno de Mitterrand nacionalizó la mayoría de los bancos y de las firmas industriales, elevó los impuestos, amplió los beneficios sociales, incrementó el número de puestos de trabajo públicos, abolió la pena de muerte y acabó con el sistema de prefecturas centralizadas establecido por Napoleón. En 1982 y 1983, un receso económico y la escasa representación de las empresas de propiedad estatal provocaron que el gobierno impusiera devaluaciones de la moneda y medidas de austeridad. En julio de 1984, Mitterrand reajustó su gobierno; los comunistas, que habían ocupado cuatro carteras en el gabinete anterior, se negaron a participar en el nuevo consejo. Laurent Fabius se convirtió, con 37 años, en el jefe de gobierno más joven de la historia francesa. En 1986, después de que la coalición de fuerzas de derechas Unión del Reagrupamiento y del Centro (URC), integrada por el RPR y la UDF, consiguiera una estrecha victoria en las elecciones para la Asamblea Nacional, Mitterrand eligió como primer ministro a Jacques Chirac, líder del RPR y alcalde de París. Esta fue la primera vez desde 1958 en que partidos opuestos gobernaban juntos en un denominado gobierno de ‘cohabitación’. Chirac perdió las elecciones presidenciales de 1988 y Mitterrand eligió a su compañero socialista Michel Rocard como primer ministro.
Después de que Francia fracasara en los intentos diplomáticos para que Irak se retirara de Kuwait, los militares franceses entraron a formar parte de la coalición de fuerzas en la guerra del Golfo Pérsico. En mayo de 1991, Rocard dimitió y Mitterrand eligió como primera ministra a Edith Cresson, también socialista, la primera mujer que obtuvo el cargo de primer ministro en Francia. Cresson, muy impopular, fue sustituida en abril de 1992 por Pierre Bérégovoy, después de que los socialistas perdieran votos en las elecciones regionales. En las elecciones parlamentarias del año siguiente, el Partido Socialista perdió su mayoría en la nueva Asamblea. La Unión por Francia (UPF), una coalición del RPR de Chirac, la UDF (dirigida por el anterior presidente Valéry Giscard d’Estaing) y varios partidos conservadores minoritarios, consiguió un total de 484 escaños, frente a los 54 escaños socialistas. El presidente Mitterrand nombró a Édouard Balladur, un miembro del RPR, como primer ministro.
En mayo, una auditoría encargada por el nuevo gobierno de Balladur reveló que el anterior primer ministro Bérégovoy había gestionado negativamente la economía francesa y manipulado la información respecto a la situación económica de Francia. Se temía que el alto déficit presupuestario, peor de lo que en un principio se creía, pudiera comprometer la integración de Francia en la Comunidad Europea. Anteriormente, el electorado francés había ratificado la adhesión al Tratado de Maastricht para fortalecer la integración política y monetaria con la Comunidad Europea, después de un reñido referéndum que encrespó el ambiente político francés. Antes de que se publicara el resultado de la investigación, Bérégovoy se suicidó. Balladur y su coalición de gobierno fueron reelegidos en marzo de 1994, con el 45% de los votos frente al 29% que consiguieron el Partido Socialista y sus aliados. En mayo se inauguró oficialmente el túnel bajo el canal de la Mancha que conecta Francia con Gran Bretaña, un año y medio después de lo planeado y con un coste (15.000 millones de dólares) superior al doble del presupuesto estimado. François Mitterrand, gravemente enfermo, optó por no presentarse a una nueva reelección.
Las elecciones presidenciales de mayo de 1995 convirtieron a Jacques Chirac en presidente de la República, al tiempo que Alain Juppé accedía a la jefatura de gobierno. Sus primeras medidas, destinadas a reducir el déficit público a costa de los servicios sociales, provocaron una dura reacción, que se hizo patente en el invierno de 1995 con huelgas generales y manifestaciones populares.
Tal clima de crisis social e inestabilidad política condujo, con el fin de intentar un reforzamiento de la figura de Juppé como primer ministro, a la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas por parte del presidente de la República. Celebradas en segunda vuelta el 1 de junio de 1997, los resultados supusieron un auténtico vuelco en la situación: la coalición formada por el Partido Socialista, los ecologistas y los radicales de izquierda obtuvo la mayoría absoluta, a la vez que la coalición de centro-derecha (RPR y UDF) sufría una severa derrota. Juppé presentó su dimisión a Chirac y se constituyó un gobierno dirigido por el socialista Lionel Jospin, en el que la nota más destacada fue la presencia de cinco mujeres al frente de varios ministerios y la incorporación de dos ministros pertenecientes al Partido Comunista Francés. Se iniciaba así un periodo de ‘cohabitación’, como ya había sucedido durante la presidencia de Mitterrand.
A finales de 1997 y principios de 1998, dos acontecimientos marcaron la vida política y social del país: la aprobación por parte de la Asamblea Nacional Francesa de una polémica ley sobre el derecho a la nacionalidad para todos los hijos de inmigrantes nacidos en territorio francés; y las movilizaciones protagonizadas por el movimiento de los parados. La nueva ley, aprobada en la Asamblea con el voto a favor de socialistas y verdes, suavizaría la legislación hasta ese momento vigente y desde 1993 en materia de extranjería, permitiendo obtener la nacionalidad francesa a todos aquellos hijos de extranjeros a partir de los 13 años, si así lo solicitaran, y a los 18 de manera automática, siempre y cuando hayan vivido en el país durante un periodo no inferior a 5 años. Por otro lado, durante los meses de enero y febrero de 1998 se produjo una gran movilización social por parte de los desempleados, que incluso llegaron a ocupar las oficinas de empleo, con un alcance sin precedentes.
El 21 de abril de 2002 tuvo lugar la primera vuelta de unas elecciones presidenciales que resultarían trascendentales en la historia reciente francesa. Chirac fue el candidato más votado, aunque sólo obtuvo el 19,6% de los sufragios, y a muy escasa distancia quedó Jean-Marie Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional que recibió el 17,07% de los votos. Le Pen superó al primer ministro y líder socialista, Lionel Jospin (16,04%), el gran derrotado en esta cita con las urnas, que se vio perjudicado, entre otros factores, por el alto índice de abstención y por la dispersión del voto entre las hasta 16 candidaturas presentadas (muchas de ellas, representantes de opciones políticas de izquierdas). La segunda y definitiva vuelta de estos comicios presidenciales se celebró el 5 de mayo, concurriendo a la misma Chirac y Le Pen. El temor al programa de este último motivó que todas las formaciones de izquierda, centro y derecha moderada del país solicitaran el voto para Chirac, que obtuvo algo más del 82% de los votos y resultó reelegido presidente de la República. Al día siguiente, Chirac nombró primer ministro al liberal Jean-Pierre Raffarin (perteneciente a un pequeño partido de centro-derecha, Democracia Liberal) para sustituir al dimisionario Jospin, y 24 horas más tarde formó un gobierno integrado básicamente por neogaullistas, lo que ponía fin a los tiempos de la ‘cohabitación’. En los comicios legislativos que tuvieron lugar en el mes de junio siguiente, la coalición gubernamental Unión por la Mayoría Presidencial, integrada por la RPR de Chirac y Democracia Liberal, logró 357 escaños en la Asamblea Nacional y, por tanto, una cómoda mayoría absoluta. También se confirmó el declive del Partido Socialista (140 diputados), mientras que el Frente Nacional no consiguió representación parlamentaria. Tras esta cita con las urnas, Chirac pactó un nuevo gabinete con Raffarin, el cual permaneció como primer ministro.
Raffarin comenzó a aplicar su programa político, centrado esencialmente en las reformas de la fiscalidad, la regulación laboral y el sistema de pensiones. Una de sus primeras medidas fue reducir el nivel de aplicación de la jornada laboral máxima semanal de 35 horas, aprobada durante el gobierno socialista de Jospin. Un año más tarde, en mayo de 2003, el gobierno de Raffarin aprobó una reforma de las pensiones que extendió las huelgas por toda Francia durante su discusión parlamentaria. En los siguientes meses, la agitación social prosiguió debido a otras reformas neoliberales como la del sistema educativo. El referéndum que convocó Raffarin y que se celebró el 6 de julio de 2003 en Córcega obtuvo más del 50% de votos negativos. El proyecto gubernamental pretendía “modificar la organización institucional de la isla”, otorgándole un mayor nivel de autonomía. En abril de 2004, Chirac volvió a otorgar su confianza a Raffarin, pese a la crisis social, pero le sugirió que frenara en lo posible sus más conflictivas medidas neoliberales. No obstante, el gobierno conservador prosiguió modificando la aplicación real de la ley de las 35 horas semanales.
En otro orden de cosas, en noviembre de 2002, se constituyó la Unión para un Movimiento Popular (UMP, las mismas siglas que la coalición que permitió la reelección de Chirac meses antes), el partido que integró a la Democracia Liberal de Raffarin y a la RPR de Chirac y Juppé. La UMP eligió a este último su primer presidente, quien resultó condenado, en enero de 2004, por contratar ilegalmente a siete personas cuando fuera, entre 1983 y 1995, responsable de finanzas del Ayuntamiento parisino gobernado por Chirac, cuyo mandato se vio también ensombrecido por estos hechos.
El 29 de mayo de 2005 fue la fecha elegida por Chirac para la celebración de un referéndum vinculante que habría de decidir la postura francesa frente a la Constitución europea. Dos meses antes, el Congreso (reunión de la Asamblea Nacional y el Senado) adoptó una reforma de la Constitución de 1958 (que hacía la número 18) para aceptar el texto de dicha Constitución de la UE antes de someterlo al citado plebiscito. En las urnas, casi el 55% de los votantes optó por el ‘no’, en tanto que el ‘sí’, preconizado por el centro derecha oficialista de Chirac y Raffarin, y por François Hollande desde el Partido Socialista (en el que hubo disidentes, liderados por Laurent Fabius), fue respaldado por algo más del 45%. Estos resultados, que suscitaron una notable conmoción en la Europa de los 25, tuvieron como consecuencia inmediata la dimisión de Raffarin y de su gabinete. Chirac nombró primer ministro al hasta entonces responsable de Interior, Dominique de Villepin, quien tendría como ‘número dos’ al presidente de la UMP, Nicolas Sarkozy. El nuevo gabinete se comprometió a luchar con urgencia contra el desempleo, considerado el factor que había decantado a los franceses por dar un voto de castigo al anterior gobierno adhiriéndose a la posición defendida desde la ultraderecha por soberanistas y euroescépticos, y desde la extrema izquierda por todos los opositores a la que consideraban Europa del neoliberalismo.
Sin embargo, el descontento prosiguió y así, en octubre de ese año 2005, tuvo lugar una huelga general en el país, convocada por los principales sindicatos contra las primeras reformas del mercado de trabajo emprendidas por el nuevo Consejo y demandando mejoras salariales. A finales de ese mes, la muerte accidental de dos muchachos en un barrio de París, en una supuesta persecución policial, fue el detonante de la que pasó a ser conocida como ‘revuelta de los suburbios’. Tuvo lugar durante las siguientes tres semanas, inicialmente en las poblaciones y distritos socialmente más deprimidos de la periferia capitalina, aunque rápidamente se extendió a otras ciudades del Estado. Más de 4.000 personas resultaron detenidas como consecuencia de los enfrentamientos con la policía, del incendio de millares de vehículos y de la destrucción de numerosos edificios. Los protagonistas de estos graves incidentes pertenecían a los sectores sociales más afectados por el desempleo y la pobreza, cuya subsistencia dependía de subsidios estatales, entre ellos muchos descendientes de población inmigrante. Para poner fin a los disturbios, el gabinete de Villepin (en el que destacó la política de firmeza de Sarkozy, quien, como titular de Interior, personificó la actitud de “tolerancia cero”) declaró el estado de emergencia y autorizó a los prefectos gubernamentales a imponer el toque de queda; al mismo tiempo, se anunció el establecimiento de nuevos programas de medidas sociales (relativas al empleo, la vivienda y la educación, entre otras materias) destinado a atajar la causa profunda de la crisis, identificada con la demanda de igualdad de oportunidades por parte de los sectores más desfavorecidos de la sociedad (también hubo opiniones que culpabilizaban de los conflictos a grupos relacionados con la delincuencia organizada o el islamismo radical, que habrían canalizado, para sus propios intereses, el malestar de los marginados).
La conflictividad social reapareció con fuerza en marzo y abril de 2006, esta vez protagonizada por estudiantes, sindicatos y el conjunto de la oposición de izquierdas, que consideraban inaceptable la reforma laboral aprobada por decreto por el gobierno de Villepin en el marco de la Ley para la Igualdad de Oportunidades. El objetivo de las críticas eran, especialmente, los artículos de la misma que establecían el Contrato de Primer Empleo (CPE) para menores de 26 años (que contemplaba el despido sin justificación ni indemnización en el transcurso de los dos primeros años del primer empleo remunerado). Chirac promulgó la polémica ley, pero congelando su aplicación hasta que fuera modificada; para ello, instó al gobierno a que la suavizara, reduciendo el periodo de prueba a un año y reconociendo el derecho del trabajador a conocer el motivo de su cese. Sin embargo, la presión popular hizo que el gobierno retirara el CPE, que fue finalmente derogado.
El 22 de abril de 2007, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, los aspirantes más votados fueron el candidato de la UMP, Nicolas Sarkozy (31,2% de los sufragios) y la socialista Ségolène Royal (25,9%), quienes superaron a François Bayrou (18,6%), de la Unión por la Democracia Francesa, a Le Pen (10,4%) y a Olivier Besancenot (4,1%), de la Liga Comunista Revolucionaria. En la segunda vuelta, celebrada el 6 de mayo siguiente, ganó Sarkozy (recabó el 53,1% de los votos, por el 46,9% de Royal), quien durante ese mismo mes tomó posesión como presidente de la República y nombró primer ministro a François Fillon. A continuación, en junio, se desarrollaron comicios legislativos; si bien la UMP consiguió la victoria y una cómoda mayoría en la Asamblea Nacional, perdió escaños en la cámara, situación inversa a la que vivió el Partido Socialista, que incrementó su número de representantes.